


Felix no es un gato, es un pequeño sanador con alma de terciopelo.
Siempre pregunta primero, con una mirada dulce: «¿Puedo?» —
y solo entonces se acomoda junto a ti, derramando ternura como si respirara consuelo.
Percibe el lugar donde duele, aunque tú aún no lo sepas.
Y allí se queda, suave y cálido, como un remedio que el corazón entiende.
Le gusta recorrer el cuerpo como un médico de pasos silenciosos.
Busca la herida invisible y, cuando la encuentra, la cubre con su ronroneo.
Calor. Paz. Magia.
De cachorro, miraba el mundo con un ligero estrabismo,
como si el amor le desbordara los ojos.
Ahora, cuando la felicidad lo invade,
sus ojos se acercan al centro,
y es su corazón el que sonríe.
Felix es un hilo de calma que atraviesa el día.
Dormir con él es confiar en el universo.
Quien lo conoce lo sabe: trae serenidad al alma y claridad al amanecer.
Felix puede ser un príncipe solitario, dueño tranquilo de su propio reino.
Pero también disfruta la compañía: se entiende con los gatos en un instante,
saluda a los perros con simpatía y observa a todos los seres con una curiosidad que brilla como una pregunta sin palabras.
En su presencia, la convivencia parece algo natural, casi mágico.
